Ustedes, maridos, de la misma manera vivan con ellas con comprensión, dando honor a la mujer como a vaso más frágil y como a COHEREDERAS DE LA GRACIA DE LA VIDA, para que las oraciones de ustedes no sean estorbadas. (1 Pedro 3:7 RVA-2015)

En el versículo anterior, Pedro primero exhorta a las esposas a estar en sujeción a sus esposos, adornadas con un espíritu tierno y sereno, lo cual es muy preciado ante los ojos de Dios. (Ver 1 P. 3:1-6). Luego insta a los esposos a honrar y considerar a sus esposas, reconociendo que ellas requieren la protección y la provisión que normalmente provienen del esposo. Esto debería ser más inculcado en los esposos al darse cuenta de su propia dependencia total de la protección y provisión que viene de Dios en lo alto. Al reconocer sus propias debilidades y necesidades, los esposos deben volverse aún más sensibles a las debilidades y necesidades similares que residen en sus esposas. Al atender cuidadosamente para satisfacer esas necesidades, se otorga honor a la esposa como el “vaso más frágil” (físicamente hablando) —“un ser más delicado”, como se traduce en una traducción (BLP).

Este honor debe entonces retornar de la esposa al marido. El esposo suple la necesidad de la esposa; la esposa suple la necesidad del esposo. El marido completa a su esposa; la esposa completa a su marido. Así, se convierten en regalos el uno para el otro. En el proceso, surge una igualdad espiritual equilibrada entre ellos, pues se convierten en “COHEREDEROS DE LA GRACIA DE LA VIDA” o, como lo traduce la versión God’s Word Translation (Traducción Palabra de Dios), “AQUELLOS QUE COMPARTEN LA BONDAD VIVIFICANTE DE DIOS” (1 Pedro 3:7 RVA-2015, GW).

La aplicación espiritual

La aplicación natural de este versículo refleja su contraparte sobrenatural: la relación entre el Novio celestial y Su novia terrenal. Al someternos a Su señorío, Él se convierte en nuestro Protector y Proveedor. Así como Él satisface nuestras necesidades, nosotros estamos llamados a satisfacer las suyas. Al completarnos espiritualmente, nosotros estamos llamados a completarlo a Él.

Él nos honra, consciente de que somos los “vasos más frágiles”. Él comprende nuestras debilidades y siempre está dispuesto a acudir en nuestro rescate cuando somos tentados, porque él también “padeció siendo tentado” (Hebreos 2:18 RVA-2015). Las Escrituras incluso afirman que “por la gracia de Dios”, Yeshúa (Jesús) “gustó la muerte” por todos (Hebreos 2:9 RVA-2015). Sin duda, también fue por la gracia de Dios que resucitó victorioso. Así que, si Aquel que era perfecto necesitó la gracia para salir triunfante de Su paso por la tierra, cuánto más necesitamos nosotros, los imperfectos, este don bueno y perfecto de lo alto.

En un sentido mucho más elevado, por lo tanto, se puede decir del Novio celestial y de Su novia terrenal que somos “HEREDEROS JUNTOS DE LA GRACIA DE LA VIDA”. Habiendo recibido esta preciosa efusión del Padre celestial, tanto el Salvador como los salvos se han convertido en dones de gracia el uno para el otro, por el tiempo y la eternidad.

Este también es un don inefable…un don de valor inestimable e indescriptible… precioso más allá de toda expresión.

La definición de la gracia

Esta rica palabra bíblica puede definirse de cuatro formas principales:

1. La gracia es el amor inmerecido de Dios (Efesios 2:8-9).
2. La gracia es la capacidad divinamente impartida (1 Corintios 15:10).
3. La gracia es la abundante generosidad de Dios (2 Corintios 9:8).
4. La gracia es la suma total de toda la actividad de Dios en nuestras vidas (1 Corintios 15:10).

La Concordancia Strong explica sucintamente que la gracia es “la influencia divina en el corazón y su manifestación en la vida”. Otra fuente afirma que la gracia es “la expresión externa de la armonía interior del alma”.[1]

Una explicación más detallada declara que la gracia es:

La disposición misericordiosa o benévola de Dios hacia la humanidad pecadora y, por lo tanto, la operación divina mediante la cual el corazón y la mente pecaminosos son regenerados, y el poder u operación divina continua que purifica, fortalece y santifica a los regenerados.[2]

Entonces, ¿cómo podría la gracia abarcar tanto territorio? ¿Cómo podría ser amor inmerecido y capacidad divinamente impartida, simultáneamente? Consideremos una analogía sencilla.

Cuando un hombre y una mujer se unen en matrimonio, su unión física es, en primer lugar, una expresión de amor. Sin embargo, una vez consumado el matrimonio y resulta la concepción, lo que comenzó como una expresión de amor termina siendo la transmisión de una capacidad. El óvulo fecundado en el útero materno recibe la capacidad potencial de ser un ser humano plenamente funcional: alguien que ve, oye, huele, camina, habla y piensa.

De igual manera, cuando la gracia entró en nuestras vidas, comenzó como una expresión de amor de Dios, pero terminó como una impartición de capacidad. Cuando el amor de Dios fluyó hacia nosotros, se produjo una “concepción” espiritual (fuimos engendrados por la Palabra), y luego un nacimiento (nacimos del Espíritu). En ese momento, cada uno de nosotros recibió la capacidad potencial de ser un hijo de Dios plenamente funcional: alguien que ve la verdad, escucha la voz de Dios, habla en Su lugar, piensa Sus pensamientos, siente Sus emociones y camina en Su luz. Por esta razón, Pablo afirmó: “Pero por la gracia de Dios soy lo que soy, y su gracia para conmigo no resultó vana; antes bien he trabajado mucho más que todos ellos, aunque no yo, sino la gracia de Dios en mí” (1 Corintios 15:10).

Este término es tan amplio y abarcador que una fuente concluye: “la gracia se vuelve casi un equivalente del ‘cristianismo’, visto como la religión de dependencia en Dios a través de Cristo”.[3]

Pablo se quejó a los gálatas: “Me maravillo de que tan pronto ustedes hayan abandonado a Aquel que los llamó por la gracia de Cristo, para seguir un evangelio diferente” (Gálatas 1:6). Así que el Evangelio y la gracia son simplemente uno y lo mismo, tanto que incluso se le llama “el evangelio de la gracia de Dios” (Hechos 20:24).

Pablo y Bernabé instaron a los judíos que aceptaron al Mesías a “perseverar en la gracia de Dios” en lugar de la religión legalista (Hch. 13:43), una exhortación que todos los creyentes deberían aceptar:

     Porque es buena cosa para el corazón el ser fortalecido por la gracia, no por alimentos, de los que no recibieron beneficio los que de ellos se ocupaban. (Hebreos 13:9)

Meras doctrinas, credos, tradiciones y rituales: a veces estos “alimentos para el alma” son beneficiosos, pero muy a menudo son “alimentos” que no benefician. Por otro lado, la gracia de Dios ofrece un festín mucho más suntuoso y satisfactorio. La religión imparte “la letra de la ley”, pero la gracia imparte relación. Sabemos que “la letra mata, pero el Espíritu da vida”, y la gracia es el “Espíritu” del cristianismo auténtico. (2 Corintios 3:6, ver 1:12).

Salvando la brecha insalvable

La gracia está inseparablemente ligada a la cruz, porque fue a expensas de Cristo que somos hechos partícipes de todo lo que Dios es y de todo lo que Dios tiene. Este trato maravilloso y magnánimo a los humildes y perdidos es la esencia misma de la gracia:

     Porque conocen la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que siendo rico, sin embargo por amor a ustedes se hizo pobre, para que por medio de Su pobreza ustedes llegaran a ser ricos. (2 Corintios 8:9)

Él descendió para que nosotros ascendiéramos. Se hizo lo que somos para que nosotros pudiéramos ser lo que Él es. Se “hizo pecado por nosotros, para que fuéramos hechos justicia de Dios en Él” (2 Corintios 5:21). Lo hizo para que “la gracia reine por medio de la justicia para vida eterna” (Romanos 5:21).

En su definición de gracia, William Barclay abarcó el enorme abismo que existe entre los seres humanos propensos al pecado y nuestro Creador perfecto:

“La palabra gracia enfatiza al mismo tiempo la pobreza desvalida del hombre y la bondad ilimitada de Dios”.[4]

El puente que cruza este “abismo infranqueable” fue construido por Dios, no por el hombre; —fue idea Suya, no nuestra— construida con dos “materiales” celestiales de la más alta calidad:

La Palabra de Su gracia (Hch. 20:32)

El Espíritu de gracia (Zac. 12:10)

A través de Su Palabra llena de gracia y de Su Espíritu lleno de gracia, Dios bajó este puente espiritual hacia las miserables y oscuras profundidades de nuestra depravación heredada. Luego nos instó a levantarnos y cruzar, regresando a un paraíso terrenal de comunión con Él. Él promete que, sin importar cuán difíciles se pongan las cosas, “después de que hayan sufrido un poco de tiempo, EL DIOS DE TODA GRACIA, que los llamó a Su gloria eterna en Cristo, Él mismo los perfeccionará, afirmará, fortalecerá, y establecerá” (1 Pedro 5:10). Así que la gracia siempre triunfará al final. La gracia que inicia esta obra en todos nosotros es la gracia que también la completará, con mayor gloria que cuando comenzamos.

Es muy apropiado que John Newton —una vez un traficante de esclavos, un cruel abusador de otros seres humanos— fuera utilizado por Dios para celebrar este elemento tan esencial del verdadero cristianismo cuando fue autor de uno de los himnos más queridos de la iglesia:

Sublime gracia del Señor
Que a un pecador salvó
Fui ciego más hoy veo yo
Perdido y me hallo

Su gracia me enseñó a temer
Mis dudas ahuyentó
Oh cuán precioso fue a mi ser
Cuando él me transformó

Recuerda que no fue una persona santa y sin defectos quien escribió estas palabras, sino alguien que necesitaba desesperadamente precisamente aquello sobre lo que escribió. Quizás esa sea parte de la razón por la que resuena tanto en multitudes de creyentes que han aprendido a confiar en el Calvario y no en sus propias obras religiosas.

Los tres requisitos principales

Nosotros no nos ganamos la gracia. Las Escrituras declaran con firmeza esta verdad. La salvación “no es por obras, para que nadie se gloríe” (Efesios 2:9). “De otra manera la gracia ya no es gracia” (Romanos 11:6). Sin embargo, aunque este maravilloso don se da gratuitamente, se requieren tres actitudes de corazón que nos colocan en una posición receptiva:

Fe: “Porque por gracia ustedes han sido salvados por medio de la fe, y esto no procede de ustedes, sino que es don de Dios” (Efesios 2:8).
Humildad: “Dios resiste a los soberbios, pero da gracia a los humildes” (1 Pedro 5:5).
Amor sincere: “Gracia sea con todos los que aman á nuestro Señor Jesucristo en sinceridad” (Efesios 6:24 RVA).

Estas tres actitudes del corazón deben estar entrelazadas para que la gracia fluya poderosa y eficazmente en nuestras vidas; una sola no es suficiente. Por ejemplo, una persona puede estar llena de fe, plenamente confiada en las promesas de Dios, y sin embargo ser orgullosa y rebelde con respecto a un área de pecado personal, y la gracia se vuelve distante y restringida.

En el polo opuesto, una persona puede estar llena de humildad y amor sincero hacia Dios, pero carecer del elemento necesario de la fe: sumida en la culpa, la autocondenación y la depresión por sus fracasos personales. Esto también puede impedir que una persona reciba la gracia mediante la actitud autocastrante de la incredulidad.

Solo Dios sabe dónde está el límite y hasta dónde llegará la gracia. Sin embargo, sabemos que “Un cordel de tres hilos no se rompe fácilmente”: fe, humildad y amor sincero, que une nuestros corazones al corazón mismo de Dios (Ecl. 4:12). Cuando los tres están presentes, cualquier hijo de Dios puede verdaderamente “fortalecerse en la gracia que hay en Cristo Jesús”, invencible e inconquistable ante cualquier cosa que enfrente en este valle de sombra de muerte (2 Tim. 2:1).

La gracia en el Primer Testamento

La palabra hebrea traducida como “gracia” es chen (pronunciada jen); proviene de la palabra chanan (pronunciada ka-nan), que significa inclinarse o agacharse para mostrar bondad a alguien inferior.

El concepto de la gracia no fue enfatizado en el Antiguo Testamento como lo es en el Nuevo. Sin embargo, hay algunos pasajes impactantes que deberían captar nuestra atención, especialmente la siguiente conversación entre Moisés y Dios:

     Y dijo Moisés a Jehová: Mira, tú me dices a mí: Saca este pueblo; y tú no me has declarado a quién enviarás conmigo. Sin embargo, tú dices: Yo te he conocido por tu nombre, y has hallado también gracia en mis ojos. Ahora, pues, si he hallado gracia en tus ojos, te ruego que me muestres ahora tu camino, para que te conozca, y halle gracia en tus ojos; y mira que esta gente es pueblo tuyo. Y él dijo: Mi presencia irá contigo, y te daré descanso. Y Moisés respondió: Si tu presencia no ha de ir conmigo, no nos saques de aquí. ¿Y en qué se conocerá aquí que he hallado gracia en tus ojos, yo y tu pueblo, sino en que tú andes con nosotros, y que yo y tu pueblo seamos apartados de todos los pueblos que están sobre la faz de la tierra? Y Jehová dijo a Moisés: También haré esto que has dicho, por cuanto has hallado gracia en mis ojos, y te he conocido por tu nombre. (Éxodo 33:12-17 RVR1960)

Según estos versículos, Moisés consideró que había cinco cosas que demostraban a Israel que verdaderamente habían recibido la gracia de Dios:

–que Dios les mostrara Su camino;
–que conocieran a Dios;
–que experimentaran la presencia de Dios;
–que se separaran de todas las demás naciones de la tierra;
–que recibieran respuesta a sus oraciones.

Estas mismas cosas deberían servirnos de prueba también: evidencia suficiente de que también nosotros hemos llegado a ser receptores de este maravilloso don que es “incalculablemente precioso”.

Muchos años después, el pueblo judío aprendió las costumbres de los cananeos, adoraron a sus dioses y se entregaron a sus pecados. Sufrieron graves consecuencias y fueron esclavizados por los babilonios. Sin embargo, en un esfuerzo por animar a la descendencia de Abraham, Jeremías les recordó la provisión sobrenatural de Dios durante su travesía de cuarenta años por el desierto, diciendo:

     “Ha hallado gracia en el desierto el pueblo que escape de la espada”. (Jeremías 31:2)

Gracias a una asombrosa manifestación de intervención divina, sobrevivieron a la espada del Faraón. Pero entonces, maravilla de las maravillas, estos esclavos liberados pronto se rebelaron y le dieron la espalda a Aquel que los liberó. Sin embargo, Él les concedió más gracia, una gracia excesiva, suministrándoles diariamente maná del cielo y agua de la roca. Sí, la generación anterior murió, pero si Dios no hubiera dado gracia abundante, todos habrían muerto.

Basándose en esta maravillosa muestra de compasión divina, el profeta dio esperanza a aquellos judíos que sufrían otra época de degradación. En esencia, estaba diciendo: “Si la gracia los sacó de esa etapa difícil de su existencia, la gracia puede sacarlos de nuevo”. En el siguiente versículo, Dios aseguró a Su pueblo:

     “Con amor eterno te he amado”. (Jeremías 31:3)

Un amor eterno es un amor sin principio y sin fin. Si palabras tan cálidas de compromiso divino pudieron ser dirigidas a los siervos de Dios del Antiguo Pacto, entonces, sin duda, los hijos e hijas del Nuevo Pacto pueden esperar lo mismo. La gracia infinita —el amor magnánimo— que nos liberó del pecado al principio sin duda nos acompañará en cualquier momento de vacilación o sequía espiritual, hasta nuestro destino y propósito final.

La gracia en el Nuevo Testamento

Aunque sin duda se puede encontrar una pequeña corriente de gracia que se abre paso a través de las páginas del Primer Testamento, con un solo golpe de una mano marcada por la cicatriz de un clavo, la presa de la maldición de Adán se rompió en el Nuevo, y un caudaloso río de gracia se desató en la era del Nuevo Testamento, destinado a inundar finalmente a todo el mundo. Este contraste se celebra en Juan 1:17:

     Pues la ley por medio de Moisés fue dada [Primer Testamento], pero la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo [Nuevo Testamento].

Para quienes tienen la bendición de vivir en esta era, la gracia es mucho más que una simple fuerza espiritual o un concepto teológico; la gracia es una persona —el Hijo de Dios— que nos amó de verdad cuando, según los estándares celestiales, éramos bastante desagradables e indignos de amor. Si la verdad era tan parte de Él que pudo decir: “Yo soy la verdad”, entonces la gracia es tan parte de Él que también pudo decir: “Yo soy la gracia de Dios”.

La palabra griega traducida como “gracia” es charis (pr. járis). Proviene de la raíz chairo (pr. jáiro), que significa ‘regocijarse, estar alegre o estar lleno de gozo’. Por lo tanto, estar lleno de gracia debería resultar en estar lleno de gozo.

Observa que la palabra charis está estrechamente relacionada con la palabra carisma, que se traduce como don o dones cuarenta y una veces en las Escrituras (RV). Pues todos los dones de Dios son manifestaciones de Su amor inmerecido y abundante generosidad.

Charis se encuentra 216 veces en el Nuevo Testamento donde se traduce como “gracia” (RV). En otras apariciones se traduce en diversas palabras, como: gracias, agradecido, aceptable, gracioso, don, favor, gozo, liberalidad, beneficio y placer. En versiones distintas a la Reina Valera, también se traduce en palabras como: crédito, loable y atractivo.

Estos diversos usos de charis demuestran colectivamente que el don de la gracia nos otorga favor ante Dios y ante los hombres. Otorga muchos beneficios. Se derrama liberalmente sobre el pueblo de Dios. Es para el gran placer y gozo de Él como de nosotros. Regresa a Dios en forma de agradecimiento. Es un crédito para nosotros y loable ante los ojos del cielo cuando caminamos a la luz de él, lo cual debería ser muy atractivo tanto para Dios como para Su descendencia.

La provisión inagotable

A menudo pregunto a grupos de creyentes cuándo apareció la gracia por primera vez en sus vidas. La mayoría asume que llegó el día de su salvación; otros sostienen que comenzó a cubrirlos desde su nacimiento, ayudándolos a alcanzar con éxito el día señalado para su salvación. Generalmente, la reacción es de sorpresa cuando les doy la respuesta bíblica. Segunda de Timoteo 1:9 nos dice que el “Dios de toda gracia”:

     …nos salvó y nos llamó con santo llamamiento, no conforme a nuestras obras sino conforme a su propio propósito y gracia, la cual nos fue dada en Cristo Jesús antes del comienzo del tiempo.

¡Vaya! ¡Qué declaración tan asombrosa! Antes de que la Tierra existiera, antes de que este diminuto orbe girara sobre su eje alrededor del sol, la descendencia de Dios era parte de Su plan, anticipado con mucho cariño y mucha previsión.

Mucho antes de que las estrellas se dispersaran por los cielos… mucho antes de que las manos amorosas del Maestro Escultor esculpieran las colinas y los valles… mucho antes de que brotara la tierna hierba… Dios previó, con gran detalle, la vida de cada uno de los que serían incluidos en Su novia.

En Su conocimiento infinito, incluso antes de que existieras, el Creador anticipó cada valle que atravesarías, cada desafío imponente que enfrentarías, cada abismo de debilidad humana en el que caerías y cada estrategia que el maligno y sus secuaces usarían contra ti. De antemano, te dio más que suficiente gracia para superar cada circunstancia negativa o desafiante y cumplir con el destino que Dios te dio.

Así que no necesitamos rogarle a Dios que nos dé gracia para superar nuestras dificultades o cumplir con nuestro llamado. ¿Por qué pedirle a Dios algo que ya tenemos? En cambio, alabémoslo porque Su abundante gracia es, en realidad, nuestra posesión actual. Los elegidos de Dios nunca enfrentarán nada en la vida —ni positivo ni negativo— sin haber recibido de Dios, con mucha antelación, amor inmerecido y la capacidad divinamente impartida que les permitirá, no solo sobrevivir, sino prosperar en cada situación. Él nos dio un propósito antes de que este mundo existiera, y nos dio más que suficiente gracia para cumplirlo. ¡Qué verdad tan poderosa!

Quizás digas: “Más que suficiente gracia, ¡eso es difícil de creer!”, pero aquí hay un pasaje que sustenta suficientemente tan estupenda afirmación:

     Y Dios puede hacer que TODA GRACIA ABUNDE PARA USTEDES, a fin de que teniendo siempre todo lo suficiente en todas las cosas, abunden para toda buena obra. (2 Corintios 9:8)

Este versículo plantea la pregunta: “¿Cuánta gracia es TODA la gracia?”, lo que nos lleva a la pregunta relacionada: “¿Cómo se mide la gracia?”. Ciertamente, al ser una “sustancia” espiritual, no se puede calcular en galones, libras ni metros cúbicos. “¿Cuándo sabes entonces que estás a punto de agotar tu provisión?”

Me atrevería a responder que la gracia es, en realidad, inagotable, tan infinitamente inagotable como el Dios omnipotente que se regocija en impartir este don maravilloso y eterno. Considera la siguiente analogía:

Cuando los hijos de Israel pasaron por el desierto de Sin, Dios suplió su necesidad con agua que brotó de una roca: una asombrosa demostración de poder sobrenatural. Se ha estimado que probablemente se necesitaron alrededor de 12 millones de galones de agua al día para sustentarlos en su difícil viaje. Pero ¿qué hubiera pasado si hubiera llegado un día muy caluroso y se hubieran necesitado 24 millones de galones? ¿Habría habido suficiente agua en la roca? “¡Sí, por supuesto!”. ¿Y si hubiera habido una tormenta de arena y hubiera habido que limpiar todo y se hubieran necesitado 36 millones de galones? ¿Habría habido suficiente agua? Nuevamente, la respuesta tendría que ser: “¡Sí, por supuesto!”. Así que la lógica exige una conclusión contundente: no importa cuán grande fuera la necesidad, la provisión SIEMPRE excedió la necesidad. Y así es con la gracia de Dios.

Sí, el pozo de la gracia eterna es inagotable, como el agua que brotó de esa “Roca espiritual que los seguía” (1 Corintios 10:4). Nunca se secará. Mientras los creyentes mantengan la triple actitud que Dios exige —fe, humildad y amor sincero—, este elixir celestial seguirá inundando sus vidas. No es de extrañar que Pablo, el gran defensor de la gracia en el Nuevo Testamento, concluyera en Romanos 5:1-2:

     Por tanto, habiendo sido justificados por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo, por medio de quien también hemos obtenido entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios.

La gracia no solo nos permite acercarnos al Señor Jesús, sino que también nos permite estar firmes, en las buenas y en las malas, por el resto de nuestra vida.

El plan de-una-manera-o-de-otra de Dios

Me encanta referirme a la gracia como “el plan de-una-manera-o-de-otra de Dios”, porque “de-una-manera-o-de-otra” Dios tiene la intención de que la introducción de la gracia nos traiga la victoria absoluta, tanto ahora como para siempre. El pasaje bíblico principal que consagra esta idea es Romanos 6:14:

     Porque el pecado no tendrá dominio sobre ustedes, pues no están bajo la ley sino bajo la gracia.

El pecado es uno de nuestros adversarios más poderosos. Los seres humanos nos convertimos en “pecadores” de tres maneras: (1) por nacimiento; (2) por naturaleza; y, finalmente, (3) por elección propia. No nos convertimos en “pecadores” por pecar. Más bien, “pecamos” porque somos “pecadores” desde el mismo momento en que nacemos. (Ver Salmos 51:5). Desafortunadamente, es parte del legado que Adán dejó a su descendencia. Esta oscuridad abrumadora e impredecible de la naturaleza caída es un enemigo formidable que nadie puede vencer con mero esfuerzo propio, fuerza de voluntad o religión. Solo Jesús, el SEÑOR de la gracia, ofrece las armas “poderosas en Dios para destrucción” de esta fortaleza (2 Corintios 10:4).

En el momento de la salvación, cuando la gracia apareció por primera vez en nuestras vidas, fuimos limpiados del pecado por la sangre de Jesús. Luego, al ser trasladados al reino de Dios, nos volvimos mucho más sensibles para reconocer el pecado y aborrecer su presencia en nuestros corazones y vidas. En ese momento, afortunadamente, la gracia también nos fortaleció para vivir por encima del pecado, enseñándonos a vivir de una manera que agrade a Dios. Tito 2:11-12 revela:

     Porque la gracia de Dios se ha manifestado para la salvación de todos los hombres, y nos enseña que debemos renunciar a la impiedad y a los deseos mundanos, y vivir en esta época de manera sobria, justa y piadosa,

La gracia no solo nos enseña a santificar nuestras vidas, sino que también nos capacita para lograr este objetivo, mediante la morada en nosotros de ”la palabra de su gracia” y del “Espíritu de gracia” (Hch. 20:32; Zac. 12:10). Mediante la influencia interna de la Palabra y del Espíritu, el Dios de toda gracia despierta la capacidad divinamente impartida en quienes han sido engendrados por la Palabra y nacidos del Espíritu. Mediante esta doble influencia interna, nos da la capacidad sobrenatural de “vivir en esta época de manera sobria, justa y piadosa”.

En este punto, quizás exclames: “Es una teoría maravillosa, pero no he podido vivir una vida perfecta”. Ninguno de nosotros lo ha logrado. Pero aún hay esperanza. Si los hijos de Dios yerran, pero expresan hacia Él las tres actitudes de corazón requeridas (fe, humildad y amor sincero), la gracia, en cierto sentido, “cambia su rostro”. En lugar de una capacidad divinamente impartida, que nos da poder para vivir por encima del pecado, se manifiesta como amor inmerecido, que nos da el poder para recuperarnos del pecado. Así que, de una manera o de otra, la gracia nos permite vencer, siempre y cuando mantengamos la actitud de corazón que Dios exige.

El delicado equilibrio de la gracia

Hay dos interpretaciones excesivas hacia las que los creyentes de la Biblia tienden a inclinarse en su intento de comprender este maravilloso misterio de la gracia de Dios. Estos dos conceptos son polos opuestos. Ambos son derivaciones erróneas de una verdad fundamental. Ambos están condenados en las Escrituras, en términos muy claros.

A la extrema derecha se descubre el “legalismo”; a la extrema izquierda, el “liberalismo”, y existen escrituras contundentes que exponen a ambos como impostores:

LEGALISMO: “Frustrando y anulando la gracia de Dios” (ver Gálatas 2:21, AMP, NBLA).

LIBERALISMO: “Insultando y ultrajando al Espíritu de gracia” (ver Hebreos 10:29, AMP, NBLA).

Frustrando y anulando la gracia de Dios——————————————

Pablo se refirió a los gálatas como una iglesia “insensata” (Gálatas 3:1-3). Nunca se dirigió así a ningún otro grupo de creyentes. ¿Por qué a los gálatas? Porque estaban “insensatamente” volviendo a los rituales y normas del Antiguo Pacto en su intento de ser justificados (considerados justos ante Dios). Al refutar este error legalista, el escritor de la epístola insistió: “No hago nula la gracia de Dios, porque si la justicia viene por medio de la ley, entonces Cristo murió en vano” (Gálatas 2:21). La Versión Amplificada de este pasaje añade aún más claridad:

     …No dejo de lado, invalido, frustrada y anulada la gracia (favor inmerecido) de Dios. Porque si la justificación (justicia, absolución de la culpa) viene por [observar el ritual de] la Ley, entonces Cristo (el Mesías) murió sin fundamento, sin propósito y en vano. [Su muerte fue entonces totalmente superflua].

Depender de meros adornos religiosos (días santos, oraciones repetitivas, ceremonias sagradas, rituales rígidos, vestimentas religiosas, campanarios con altas agujas, autoridad eclesiástica, afiliación denominacional o incluso un duro ascetismo) para establecernos en la justicia ante Dios es absolutamente inútil, desesperanzador e improductivo. Lo más terrible de este enfoque legalista es que despoja a la cruz de su gloria. Esta es una terrible injusticia para Aquel que pagó un precio tan inmenso por nuestra salvación. La fe en Él solo es suficiente. Cualquier otra cosa frustra a Dios y frustra Su gracia.

Las Escrituras explican que somos “justificados gratuitamente por Su gracia por medio de la redención que es en Cristo Jesús” (Ro. 3:24). Por lo tanto, recalquemos esto: intentar alcanzar la justicia mediante la estricta adhesión a algún código de obligación religiosa invalida el poder liberador del Salvador crucificado, “anulando la promesa” de purificación mediante Su sangre (Ro. 4:14). Por favor ten en cuenta lo siguiente:

  • Dios nos salva porque está en deuda con nosotros (ver Romanos 4:4).
  • Dios no nos salva porque cumplamos la ley (ver Romanos 4:14-16).
  • Dios no nos salva por nuestras obras (ver Romanos 11:6).

Una de las escrituras principales celebradas en este artículo afirma:

     Porque por gracia ustedes han sido salvados por medio de la fe, y esto no procede de ustedes, sino que es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe. (Efesios 2:8-9)

Jesús redujo este asunto a su esencia más pura cuando afirmó: “Esta es la obra de Dios: que crean en el que Él ha enviado” (Jn. 6:29). “Porque es necesario que el que se acerca a Dios crea”. Por extraño que parezca, este es el requisito clave para acercarse al Rey del universo, el Creador de todas las cosas, pues “sin fe es imposible agradarle” (Heb. 11:6).

Insultando y ultrajando al Espíritu de gracia——————————————

Irónicamente, este mandato del Nuevo Pacto de simplemente creer puede llevarse demasiado lejos (y, lamentablemente, a menudo se hace). Si bien depender de la fe puede ser espiritualmente estimulante, también puede ser espiritualmente debilitante, si no se equilibra con la humildad y un compromiso sincero con Dios. El escritor de Hebreos advirtió que si quienes dicen ser cristianos “continúan pecando deliberadamente y voluntariamente después de haber recibido el conocimiento de la verdad”, “ya no queda sacrificio alguno por los pecados” (en otras palabras, ya no hay acceso a esa gracia asombrosa disponible mediante la cruz) (Hebreos 10:26 NBLA, RVA-2015).

Algunos que dicen ser cristianos pueden exhibir una fe profunda en que la sangre de Jesús es su única fuente de salvación, pero si hay excesiva mundanalidad, carnalidad y transigencia en sus vidas —sin ninguna señal de arrepentimiento—, han “pisoteado al Hijo de Dios” y han “tenido por inmunda la sangre del pacto” con la que fueron santificados (Hebreos 10:29). Ese mismo pasaje continúa diciendo que quienes se entregan a tal hipocresía son culpables de “insultar y ultrajar [al Espíritu de gracia]” (Hebreos 10:29, AMP, NBLA)

Judas también advirtió a la iglesia sobre los “hombres impíos”, que se hacían pasar por creyentes y que intentarían convertir “la gracia de nuestro Dios en libertinaje” (Judas 1:4 RVA-2015). La Biblia Modern King James Version los describe como “impíos que pervierten la gracia de nuestro Dios por lujuria desenfrenada, y niegan al único Soberano, Dios, nuestro Señor Jesucristo”. La Versión Amplificada los llama “personas impías (impías, profanas) que pervierten la gracia (la bendición y el favor espirituales) de nuestro Dios en desafuero, libertinaje e inmoralidad”. Judas exhortó a que respondamos luchando “ardientemente por la fe que de una vez para siempre fue entregada a los santos” (Judas 1:3).

Con demasiada frecuencia, la hermosa doctrina de la gracia se ha manipulado para crear un pretexto que facilite un estilo de vida relajado y licencioso. Algunos incluso la llevan al extremo, aprobando, en nombre de la gracia, como comportamiento aceptable algunas de las prácticas pecaminosas que Dios ha condenado en Su Palabra. Esto es una afrenta a Dios. Jesús se refirió a esto como “las cosas profundas de Satanás” (Apocalipsis 2:24). ¿Acaso el ángel Gabriel anunció que Jesús vino a “salvar a Su pueblo EN sus pecados”? No lo creo. Al contrario, predijo que el Hijo de Dios “salvaría a Su pueblo DE sus pecados” (Mateo 1:21). Hay una gran diferencia.

Encontrando el equilibrio——————————————

Así que podemos desviarnos demasiado a la derecha y ser legalistas en nuestro pensamiento, esforzándonos por ser justos mediante nuestras propias obras religiosas. O podemos desviarnos demasiado a la izquierda y dejar de lado todas las restricciones, afirmando que no importa. En realidad, sí importa, y mucho. Pablo, el gran defensor de la gracia, aún planteaba la pregunta directa: “¿Continuaremos en pecado para que la gracia abunde?”. Y respondió: “ ¡De ningún modo!” (Romanos 6:1-2).

Las siguientes tres declaraciones resumen este subtema concisamente:

  • No debemos “frustrar la gracia de Dios” por autojustificación.
  • Tampoco debemos “insultar ni ultrajar al Espíritu de gracia” por injusticia.
  • Más bien, debemos esforzarnos por vivir con rectitud con todas nuestras fuerzas, considerándolo principalmente un acto de devoción y adoración al Dios de toda gracia, quien tan maravillosamente nos ha concedido el “don de la justicia” (Ro. 5:17). Nunca debemos atribuirnos a nosotros mismos el mérito de algún “estatus de rectitud” resultante. Solo la sangre de Jesús puede lograrlo. Vivir con rectitud es nuestra respuesta de gratitud y la clave para producir el máximo fruto.

El pasaje de la “gracia” más malinterpretado—————

Durante muchos años, tanto cristianos como no cristianos han citado Gálatas 5:4. Durante mucho tiempo, nunca cuestioné su aplicación incorrecta de este pasaje. Luego lo estudié detenidamente. Sugiero que cites lentamente lo siguiente:

     De Cristo se han separado, ustedes que procuran ser justificados por la ley; de la gracia han caído.

Mucha gente piensa que esta idea de “caer de la gracia” describe a un cristiano, especialmente a un líder, que “cae” (recae) en la inmoralidad, la embriaguez o algún otro tipo de pecado. Sin embargo, eso es totalmente opuesto al verdadero significado de este versículo. Observa que la persona culpable de “caer de la gracia” no es quien se entrega a los placeres carnales, sino quien busca alcanzar la justicia mediante obras de justicia, guardando los mandamientos de Dios y cumpliendo la ley.

Este era el énfasis espiritual en la iglesia de Galacia. Dependían de la ley, de aspectos como los días festivos, la observancia del Sábado y la circuncisión, para ser justificados ante Dios. Aparentemente, no comprendían plenamente que mediante “la abundancia de la gracia y el don de la justicia” habían alcanzado un grado mucho mayor de justicia y una mayor aceptación en la presencia de Dios (Ro. 5:17). Por esta razón, Pablo intentó sacarlos de su mentalidad legalista, advirtiéndoles que si dependían de las normas y reglamentos religiosos para su justificación, “Cristo ha venido a ser sin efecto para vosotros” (Gá. 5:4 RVG). Estas son palabras fuertes.

Creo que la siguiente analogía de palabras e imágenes te ayudará a comprender este concepto:

Abrumado por el dolor de la oscuridad, un hijo de Adán, manchado por el pecado, lucha por salir del abismo ardiente de la naturaleza pecaminosa. Entonces, un rayo de luz ilumina su alma con amor desde arriba y se da cuenta de que no puede lograrlo solo. Debe dirigir su mirada al cielo. Así que se arrepiente ante Dios, depositando su confianza en el Crucificado. La gracia (amor inmerecido) acude en su rescate. El alma maldita y atribulada es inmediatamente salvada, regenerada y trasladada a la cima más alta de un monte llamado “Justicia”. Esta cima suprema representa un estado de plena aceptación ante los ojos del cielo: ser “santos y sin mancha delante de él, en amor” (Efesios 1:4 RVA).

Entonces, desafortunadamente, el nuevo creyente comienza a dudar, temeroso de no haber hecho lo suficiente para merecer tan alta posición. Entonces, en lugar de celebrar con adoración y gozo la maravillosa impartición de llegar a ser “la justicia de Dios” en Cristo, el atribulado hijo de Dios —presa de ansiedad espiritual— comienza a luchar religiosamente para tratar de ganarse precisamente lo que Dios ya le ha dado como regalo (2 Cor. 5:21).

De repente, pierde el equilibrio. Deslizándose por las resbaladizas laderas de la “salvación por obras” hacia el bajo y traicionero valle de la “religión”, esta desafortunada alma “cae de la gracia”. El gozo de la salvación se desvanece y, una vez más, se desata una dolorosa y perpetua lucha. El progreso es lento y, a cada instante, el cansado peregrino contempla la imponente cima de la montaña, preguntándose si alguna vez la volverá a alcanzar.

Entonces, ¿cuál es la moraleja de esta historia? La condición de caer de la gracia no es el resultado de la injusticia, sino más bien el resultado de la autojustificación: el intento de un hijo de Dios de ser justo por las obras y no por la fe.

Creciendo en la gracia

Las Escrituras describen la gracia que reposó sobre el Mesías en Su juventud: “Y el niño crecía y se fortalecía en espíritu, lleno de sabiduría; y la gracia [charis] de Dios era sobre Él” (Lc. 2:40 RVG). Luego, cuando cumplió aproximadamente 12 años de edad, agrega: “Y Jesús seguía creciendo en sabiduría y estatura, y gozaba del favor [charis] de Dios y de los hombres” (Lc. 2:52 DHH). Así que Jesús creció en gracia y favor, tanto vertical como horizontalmente, hacia Dios y hacia las personas. Caminó cada vez más en Su llamamiento y propósito, y fue reconocido por otros que reconocieron la gracia de Dios en Su vida. Y así debería ser para nosotros.

En 2 Pedro 3:18, también se nos anima a “crecer en la gracia”. Esto ocurre al menos de cinco maneras diferentes:

1. Cediendo más al propósito de Dios en nuestras vidas;
2. Cediendo más al carácter de Dios en nuestros corazones;
3. Adquiriendo un mayor conocimiento de Dios, especialmente a través de Su Palabra;
4. Recibiendo la gracia de los demás;
5. Dando gracia a los demás (volviéndonos más misericordiosos), mostrando el amor de Dios especialmente a los que no son amados, a los que no merecen ser amados y a los que son desagradables.

Juan 1:16 explica que recibimos “gracia sobre gracia”. En otras palabras, cuanta más gracia recibimos, más gracia atraemos. Cuanta más gracia manifestamos hacia los demás, más gracia se despierta en nosotros.

Los cinco medios para crecer en la gracia son importantes, pero el cuarto y el quinto requieren más detalles.

Recibir gracia de los demás—————————————————————–

El cuarto medio de “crecer en gracia” es recibir depósitos espirituales de otros. Esto es especialmente posible a través de quienes manifiestan una cantidad excepcional de gracia en su andar. Pablo declaró a los filipenses (y a nosotros):

     “…Todos vosotros sois partícipes de mi gracia”. (Filipenses 1:7 RVG)

Cuando los primeros discípulos escucharon la predicación de Pablo, vieron su fervor evangelístico, fueron ayudados por su supervisión apostólica, cuando recibieron sus conocimientos sobre los misterios del Reino, la gracia sobre la vida de Pablo les fue transferida. Se convirtieron en “PARTÍCIPES DE LA GRACIA” a través de otro vaso lleno de gracia al inicio de la era del Nuevo Pacto (Fil. 1:7).

Qué asombroso es que nosotros, los de esta última hora, podamos remontarnos al pasado y participar, no solo de la gracia de Pablo, sino de la suma total de toda la gracia que se ha manifestado a través de todos los representantes de Dios desde el principio: desde Abel, Enoc, Abraham, Moisés, todos los profetas del Antiguo Testamento, hasta Pedro, Santiago y Juan, y todos los líderes de la iglesia primitiva, hasta los grandes líderes llenos de gracia de los últimos seiscientos años, como Martín Lutero, John Wesley, George Whitefield y otros profetas modernos. La suma total de toda esta gracia se derrama sobre nosotros, al beneficiarnos de toda la verdad, toda la revelación, todo el compromiso, todo el celo y toda la fecundidad en la que ellos anduvieron.

Nos convertimos en partícipes de la fe de Abraham, del sentido de valores de Jacob, de la valentía de Gedeón, de la pasión de David por Dios, de la sabiduría de Salomón, de las lágrimas de Jeremías, de la devoción a la oración de Daniel y de la voluntad inquebrantable de Mesac, Sadrac y Abed-nego. Cientos de pequeños arroyos convergen en un poderoso río de gracia que fluye en nuestros corazones y mentes.

Al considerar esto, nosotros, la iglesia que vive en los últimos días, deberíamos ser el pueblo de Dios más exitoso, poderoso y victorioso que jamás haya existido sobre la faz de la tierra.

Dando gracia a los demás———————————————————————————-

Dios derrama gracia en nuestras vidas para que podamos derramarla en las vidas de los demás. Esto es tanto nuestro deber como nuestro privilegio. Dos poderosos pasajes lo explican:

     Pero a cada uno de nosotros se nos ha concedido la gracia conforme a la medida del don de Cristo. (Efesios 4:7)

     Según cada uno ha recibido un don especial, úselo sirviéndose los unos a los otros como BUENOS ADMINISTRADORES DE LA MULTIFORME GRACIA DE DIOS. (1 Pedro 4:10)

La versión Amplificada realza el último versículo con algunas palabras coloridas:

     Como cada uno de ustedes ha recibido un don (un talento espiritual particular, un talento espiritual particular, un don divino de gracia), úsenlo los unos para otros como [corresponde a] BUENOS FIDEICOMISARIOS DE LA GRACIA MULTIFACÉTICA DE DIOS [fieles mayordomos de los poderes y dones extremadamente diversos concedidos a los cristianos por favor inmerecido].

Los dones de Dios (gr. charisma) son expresiones de Su gracia (gr. charis). Nos son dados, no tanto para nuestro propio beneficio, sino para el beneficio de los demás. Estos dones de gracia pueden abarcar desde los cinco llamamientos ministeriales (apóstoles, profetas, pastores, maestros, evangelistas; ver Efesios 4:11) hasta expresiones del Espíritu Santo como: sanidad, milagros, profecía, exhortación, liderazgo, liberalidad, misericordia y ayuda (1 Corintios 12:7-11, 28; Romanos 12:6-8). Dios incluso describe a quienes brindan apoyo financiero a los pobres y a la obra de Dios como personas que han recibido una “gracia” especial (2 Corintios 8:7). Todos estos dones de gracia se dan para sanar a los que sufren, ayudar a los desamparados, madurar, edificar y bendecir a la iglesia, y también para alcanzar a quienes no tienen una relación de pacto con Dios.

Todos estos oficios y funciones ministeriales dependen de la comunicación. Tus dones a menudo se transmiten a otros a través de tus palabras. Así que asegúrate de que tus palabras estén llenas de gracia, como exhortan las Escrituras:

     Que su conversación sea siempre con gracia, sazonada como con sal, para que sepan cómo deben responder a cada persona. (Colosenses 4:6)

Una profecía mesiánica única del Antiguo Testamento describe hermosamente al Salvador de esta manera:

     Eres el más hermoso de los hijos de los hombres; la gracia se derrama en Tus labios; por tanto, Dios te ha bendecido para siempre. (Salmos 45:2)

Siempre que Jesús hablaba, Sus palabras eran poderosas, rebosaban de gracia, reconfortando los corazones de quienes lo escuchaban. En un sentido mucho mayor que el de Samuel, ninguna de Sus palabras cayó a tierra, inútil e impotente. (Ver 1 Sam. 3:19 RVR1960, Pr. 3:19). Por lo tanto, fue bendecido con fruto eterno gracias a Su paso por la tierra. Proverbios 22:11 ofrece una maravillosa promesa para quienes buscan imitar al Señor de esta manera:

     El que ama la pureza de corazón tiene gracia en sus labios, y el rey es su amigo.

Estoy seguro de que deseas que el Rey sea tu amigo. Estoy seguro de que deseas intimidad con Él. Hay una clave. Cuida tus palabras. Asegúrate de que estén llenas de atributos de gracia, como el amor, la paz, el gozo y la fe, y sin duda encontrarás al Señor de la gracia cerca. Cuando muestras esta clase de sabiduría en tu trato con los demás, una vez más, recibes “gracia sobre gracia”, como se revela en los siguientes versículos:

     Lo principal es la sabiduría; adquiere sabiduría, y con todo lo que obtengas adquiere inteligencia. Estímala, y ella te ensalzará; ella te honrará si tú la abrazas; guirnalda de gracia pondrá en tu cabeza, corona de hermosura te entregará. (Proverbios 4:7-9)

Ir por la vida luciendo una “guirnalda de gracia”, o como dice otra versión, “una diadema de gracia”, es maravilloso (RVA-2015). Significa que has reinado victoriosamente, mediante la sabiduría y la gracia, sobre todas las decepciones, heridas, fracasos y desafíos que enfrentas en este mundo a menudo decepcionante.

Amar a los desagradables———————————————————————————

Recuerda, la gracia es amor inmerecido, cuando fluye de Dios hacia nosotros y de nosotros hacia los demás. Esto significa que estamos llamados no solo a mostrar amor a las personas amables, sino también a quienes son desagradables, a quienes no aman y a quienes no merecen ser amados.

Este desafío de manifestar una actitud de gracia se esconde en el griego original, en la célebre exhortación de Jesús sobre amar a nuestros enemigos. Aunque el Evangelio de Juan describe a Jesús como “lleno de gracia y de verdad”, curiosamente, nunca se le cita en la versión en inglés de los cuatro evangelios usando la palabra “gracia” en su enseñanza (Jn. 1:14). Sin embargo, la palabra griega charis, normalmente traducida “gracia”, sí aparece en el siguiente pasaje tres veces, traducida a la palabra “mérito” (NBLA):

     Si aman a los que los aman, ¿qué mérito [gr. charis] tienen? Porque también los pecadores aman a los que los aman. Si hacen bien a los que les hacen bien, ¿qué mérito tienen? Porque también los pecadores hacen lo mismo. Si prestan a aquellos de quienes esperan recibir, ¿qué mérito tienen? También los pecadores prestan a los pecadores para recibir de ellos la misma cantidad. Antes bien, amen a sus enemigos, y hagan bien, y presten no esperando nada a cambio, y su recompensa será grande, y serán hijos del Altísimo; porque Él es bondadoso para con los ingratos y perversos. (Lucas 6:32-35)

En lugar de “¿qué mérito tienen?”, otra versión de la Biblia traduce la pregunta recurrente de Jesús de forma más literal:

“¿Qué gracia practicas?” (Ber)

Cualquiera puede hacer el bien a quienes le hacen el bien. Eso no es un logro. Practicar la gracia, sin embargo, es extender la mano generosamente con compasión y misericordia hacia quienes nos han maltratado, herido, decepcionado o simplemente incapaces de correspondernos. Esta es la esencia misma de la gracia. Es la excelencia de la naturaleza de nuestro Dios y la excelencia de la naturaleza que Él nos ha desafiado a poseer.

En la epístola de Pedro esta idea se amplía en un pasaje donde charis se traduce como la palabra “agradable”.

     Porque es cosa agradable a Dios que uno soporte sufrimientos injustamente, por sentido de responsabilidad delante de él. Pues si a ustedes los castigan por haber hecho algo malo, ¿qué mérito tendrá que lo soporten con paciencia? Pero si sufren por haber hecho el bien, y soportan con paciencia el sufrimiento, eso es agradable a Dios. (1Pedro 2:19-20 DHH)

Otras versiones terminan el versículo 20 explicando: “eso merece elogio delante de Dios” o “esto halla gracia con Dios” (NVI, NBLA).

Así que la mayor evidencia de la gracia en los creyentes reside en cómo tratan a los demás y cómo reaccionan cuando son maltratados. Verás que, no basta con creer en la gracia; para ser verdaderos hijos e hijas de Dios, debemos “practicar la gracia de Dios”.

Cuando cumplimos con este aspecto de la gracia, dejamos de ser simplemente HEREDEROS DE LA GRACIA DE LA VIDA (heredando la gracia de Dios), y nos convertimos en ADMINISTRADORES DE LA MULTIFORME GRACIA DE DIOS (dispensando activamente esa gracia a otros).

Cuando damos gracia, se nos devolverá una y otra vez. Con la misma medida con que medimos, se nos volverá a medir. En otras palabras, Dios da “gracia sobre gracia” (Jn. 1:16). Esta es la verdadera confirmación de nuestro llamado en este ámbito, pues, como afirmó el misionero E. Stanley Jones:

“Nada es realmente tuyo hasta que lo compartes.”[5]

Abundante gracia

Cuando Elías se quejó de ser el único siervo verdadero de Dios que quedaba en el mundo, Dios protestó: “Me he reservado siete mil hombres, que no han doblado la rodilla a Baal” (Ro. 11:4). Tras esta declaración, Pablo comentó:

     Y de la misma manera, también ha quedado en el tiempo presente un remanente conforme a la elección de la gracia de Dios. (Romanos 11:5)

Dios siempre ha tenido un pueblo en cada época al que se revela. Él los acerca. Ilumina sus mentes para que puedan discernir la diferencia entre la verdad y el error. Especialmente en estos últimos días, a medida que aumenta la actividad satánica, Dios volverá a poseer “un remanente conforme a la elección de la gracia”. Así como Noé “halló gracia ante los ojos del Señor” durante aquel terrible tiempo de juicio divino, también habrá un pueblo que hallará gracia ante Sus ojos en esta hora.

En Hechos 4:33 se nos dice que “con gran poder los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús, y había abundante gracia sobre todos ellos”. Durante ese mover inicial de Dios, los dones del Espíritu eran comunes. Lo sobrenatural abundaba. Experimentaron “abundante gracia”.

Vivimos en la época de la “lluvia tardía”, cuando “la gloria postrera de esta casa será mayor que la primera” (Zac. 10:1; Hag. 2:9). Este pasaje de Hageo se refería a la restauración del templo de Salomón. Este había sido completamente destruido cuando los judíos fueron llevados a Babilonia. Sin embargo, contra todo pronóstico, regresaron para reconstruir ese famoso edificio. Dos líderes ungidos, Zorobabel, el gobernador, y Josué, el sumo sacerdote, trabajaron juntos para restaurar la morada de Dios.

En un momento en que los desafíos parecían demasiado grandes, Dios habló a través del profeta Zacarías al gobernador de Judá, diciendo:

     Esta es la palabra del Señor a Zorobabel: “No por el poder ni por la fuerza, sino por Mi Espíritu”, dice el Señor de los ejércitos. “¿Quién eres tú, oh gran monte? Ante Zorobabel te convertirás en llanura; y él sacará la piedra clave entre aclamaciones de ‘¡Gracia, gracia a ella!’” (Zacarías 4:6-7)

De manera similar, pero mucho más poderosa, el templo viviente del cuerpo de Cristo en todo el mundo seguramente se completará en estos últimos días, no por mis esfuerzos humanos, sino por el Espíritu del SEÑOR. Así como el templo de Salomón fue más grande y espectacular, una vez restaurado, que en el principio, así será para la iglesia del Dios viviente. En cierto sentido, Dios volverá a levantar la piedra angular —la piedra clave— cuando el SEÑOR venga exclamando: “¡GRACIA, GRACIA A ELLA!”.

Reflexiones finales

Segunda de Corintios 6:1 nos insta a “no recibir en vano la gracia de Dios” por mundanalidad o falta de compromiso. Hebreos 12:15 nos advierte que no nos “falte” o “dejemos de alcanzar la gracia de Dios” al permitir que la amargura entre en nuestros corazones (DHH, NBLA). Si no brindamos amor y perdón inmerecidos a los demás —incluso a quienes nos han herido— “no alcanzamos” la naturaleza misma de la gracia en nuestros corazones.

Las Escrituras revelan un tiempo notable, próximo a venir, cuando el Mesías demostrará gracia de esta manera, extendiendo Su mano con gran amor a la misma nación que lo hirió. Al final de esta era, todas las naciones se reunirán contra Jerusalén para la batalla, pero Dios ha prometido salir a luchar contra esos ejércitos y someterlos.

¡Piensa en eso! Muchos israelitas rechazaron a Jesús al principio, y algunos incluso gritaron: “¡Crucifíquenlo!”. Desde entonces, miles de descendientes de Abraham han rechazado el Nuevo Pacto y se han negado a aceptar a Yeshúa como su Mesías. Sin embargo, cuando parezca que el pueblo judío de Israel será destruido por una coalición de ejércitos mundiales, el Altísimo saldrá a su rescate. Él ya lo ha prometido:

    “Y derramaré sobre la casa de David y sobre los habitantes de Jerusalén, el Espíritu de gracia y de súplica, y me mirarán a Mí, a quien han traspasado. Y se lamentarán por Él, como quien se lamenta por un hijo único, y llorarán por Él, como se llora por un primogenitor”. (Zacarías 12:10)

¡Qué magnánima muestra de amor al revelarles a su Mesías, en un momento en que parecerá que toda esperanza está perdida! Medita en eso por un momento. Si Dios obra así con quienes, en su mayoría, aún no han reconocido Su plan del Nuevo Pacto, ¡cuánto más derramará el Espíritu de gracia sobre quienes han exaltado a Jesús como su Salvador y Señor!

El trono de la gracia

A lo largo de la historia, Dios se ha acercado y tratado con los seres humanos de tres maneras principales: mediante la justicia, la misericordia y la gracia.

  • Justicia significa que recibimos lo que merecemos.
  • Misericordia significa que no recibimos lo que merecemos, pero…
  • ¡Gracia significa que recibimos lo que no merecemos!

Nunca podríamos acercarnos a Dios con confianza si nos acercáramos a un trono de justicia. La justicia exigiría que sufriéramos las consecuencias de nuestros pecados (la muerte). Tampoco podríamos ser completamente confiados si nos acercáramos solo a un trono de misericordia (como todos los que visitaron el tabernáculo en el desierto: el propiciatorio rociado con sangre en el lugar santísimo). La misericordia puede cancelar nuestra deuda de pecado, pero aún quedamos incompletos e insatisfechos. En cambio, en este glorioso pacto, recibimos una invitación asombrosa:

     Por tanto, acerquémonos con confianza al trono de la gracia para que recibamos misericordia, y hallemos gracia para la ayuda oportuna. (Hebreos 4:16)

En el “trono de la gracia” encontraremos “misericordia” (no recibiremos lo que merecemos), pero también “gracia para la ayuda” (recibiremos todas las cosas maravillosas del Nuevo Pacto que no merecemos). Pero ¿cómo nos acercamos al trono de la gracia con “confianza”?

  • Creyendo confiadamente que Dios ya nos ha bendecido con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo Jesús (Efesios 1:3).
  • Alabándolo confiadamente de antemano por la victoria en cada área de nuestra vida.
  • Confesando confiadamente que nada puede separarnos de Su amor y que ninguna arma forjada contra nosotros prosperará.

Gracia al Dador de gracia

Esta obra maravillosa que el Altísimo ha realizado en nuestras vidas no es solo para nuestro beneficio y el de los demás, sino también para Dios, “para alabanza de la gloria de Su gracia que gratuitamente ha impartido sobre nosotros en el Amado” (Efesios 1:6). Después de este pasaje, la Escritura continúa: “En él tenemos redención mediante Su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de Su gracia” (Efesios 1:7).

Redención significa ser rescatados y devueltos a Dios mediante un precio de compra. Dios nos redime, nos libera de la esclavitud de nuestro pasado y nos perdona milagrosamente, eliminando nuestros errores de Su mente. Todo este proceso sirve para revelar el carácter de Dios y demostrar la profundidad de Su amor por nosotros. La alabanza resultante se extiende desde el tiempo hasta la eternidad, como explica la Escritura:

     Hizo esto para poder demostrar claramente a través de las edades por venir las riquezas inconmensurables (ilimitadas, incomparables) de Su gracia gratuita (Su favor inmerecido) en [Su] bondad de corazón para con nosotros en Cristo Jesús. (Efesios 2:7 AMP)

Deberíamos sentirnos sobrecogidos de admiración ante tal generosidad divina. ¿Cómo podemos agradecerle lo suficiente? ¿Cómo podemos ensalzar la profundidad de Su amor y la grandeza de Su misericordia? Quizás Pablo nos dio la mejor manera de resumirlo todo. Tras animar a la iglesia de Corinto a ser generosa con los necesitados, exclamó con alegría:

     ¡Gracias a Dios por Su don inefable! (2 Corintios 9:15)

Curiosamente, la palabra traducida como “gracias” en este versículo es la palabra griega charis. Así que, si este pasaje se tradujera literalmente, encontraríamos a Pablo gritando:

¡Gracia a Dios por Su indescriptible, incomparable, inexpresable e inefable don de gracia hacia nosotros!

Pero ¿cómo le damos gracia a Dios? Tomando todas las expresiones de gracia que Dios nos ha dado en el alma —como el gozo, la paz y el amor— y devolviéndolas generosa y abundantemente a Él en forma de agradecimiento, alabanza y adoración, ahora y para siempre. Que Dios nos haya permitido hacer esto debería llenarnos de un asombro indescriptible. Así que digámoslo de nuevo:

“Gracia a Dios por Su…inexpresable…don de gracia hacia nosotros.”

A estas alturas, deberíamos comprender por qué el Antiguo Testamento termina con la palabra “maldición” y el Nuevo Testamento con la declaración “La gracia del Señor Jesús sea con todos. Amén” (Apocalipsis 22:21; ver Malaquías 4:6). Porque esto es realmente la conclusión de todo el asunto:

     “La gracia del Señor Jesús sea con todos. Amén.”

NOTAS FINALES

[1] Esta es una traducción al español de una cita que sólo está disponible en inglés en la siguiente publicación: Osbeck, Kenneth W., 101 More Hymn Stories (Kregel Publications, Grand Rapids, Michigan, 1982) en Still, Still with Thee, pag. 250

[2] Esta es una traducción al español de una cita que sólo está disponible en inglés en la siguiente publicación: Dictionary of Latin and Greek Theological Terms, 1985 por Baker Book House Company, from PC Bible en “Grace”

[3] Esta es una traducción al español de una cita que sólo está disponible en inglés en la siguiente publicación:International Standard Bible Encyclopaedia, Base de Datos Electrónica Copyright © 1996, 2003, 2006 por Biblesoft, Inc. en “Grace”

[4] Esta es una traducción al español de una cita que sólo está disponible en inglés en el siguiente enlace: http://www.reflections-online.net/en/spiritual_quotes_12.php, consultado el 11/9/2012

[5] Esta es una traducción al español de una cita que sólo está disponible en inglés en el siguiente enlace: www.goodreads.com/author/quotes/241779.E_Stanley_Jones, consultado el 25/8/2012

Referencias bíblicas:

A menos que se indique lo contrario, todas las referencias bíblicas son de la NUEVA BIBLIA DE LAS AMÉRICAS (NBLA), Copyright © 2005 por The Lockman Foundation. Usadas con permiso. www.NuevaBiblia.com.

Algunas citas bíblicas fueron tomadas de las siguientes versiones de la Biblia: BIBLIA AMPLIFICADA ® (AMP), Copyright (c) 1954, 1958, 1962, 1964, 1965, 1987 por The Lockman Foundation, usado con permiso: (http://www.lockman.org); DIOS HABLA HOY® (DHH) © Sociedades Bíblicas Unidas, 1966, 1970, 1979, 1983, 1996; LA PALABRA (BLP), (versión española) © 2010 Texto y Edición, Sociedad Bíblica de España; Santa Biblia, NUEVA VERSIÓN INTERNACIONAL® NVI® © 1999, 2015, 2022 por Biblica, Inc.®, Usado con permiso de Biblica, Inc.® Reservados todos los derechos en todo el mundo. Used by permission. All rights reserved worldwide; REINA-VALERA ANTIGUA (RVA) de dominio público; REINA-VALERA 1960® (RVR1960) © Sociedades Bíblicas en América Latina, 1960. Renovado © Sociedades Bíblicas Unidas, 1988; REINA VALERA ACTUALIZADA (RVA-2015) Copyright © 2015 por Editorial Mundo Hispano; REINA VALERA GÓMEZ (RVG), de dominio público.

Debido a que las siguientes versiones de la Biblia no están disponibles en español, la traductora de este artículo ha traducido las citas bíblicas obtenidas del inglés original. Esta no es una traducción oficial al español autorizada por los titulares de los derechos de autor:

— Modern King James Version (MKJV), de dominio público.

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