El Catecismo católico enseña que hay dos divisiones del sacerdocio: el “sacerdocio común” (católicos normales) y el “sacerdocio ministerial” (clero). (CIC 1546-1547)[1] Sin embargo, he encontrado que esta distinción no es de conocimiento común, ni es la mentalidad real y funcional de la mayoría de los católicos. En cambio, tienden a reservar ese título, llamado, estatus y privilegio para sus líderes designados.
En el Antiguo Testamento, la palabra “sacerdote” se traduce del hebreo kohen, que en esencia significa ‘aquel que se acerca a Dios’. Habla de una persona que está autorizada para ministrar en asuntos sagrados y que actúa como mediador entre los seres humanos y Dios. Así, los sacerdotes del Antiguo Pacto estaban llamados a acercarse al Altísimo en devoción adoradora, representarlo ante el pueblo israelita y luego, representar al pueblo israelita ante Dios en un papel mediador.
Un sacerdocio exclusivo era el diseño de Dios para esa era. Dios le dijo a Moisés que ungiera a su hermano, Aarón, como sumo sacerdote, y a sus hijos como sacerdotes. Esa línea familiar sirvió como sacerdotes en el tabernáculo de Moisés, y más tarde, en el templo de Salomón, hasta el año 70 d.C. cuando el templo fue destruido por los romanos y los judíos fueron llevados cautivos. Los levitas (una de las doce tribus de Israel) también servían en una especie de capacidad sacerdotal subordinada, Sirviendo al sacerdocio aarónico y a los demás israelitas en asuntos religiosos, (Ver Éxodo 30:30; Levítico 21:10; Números 3:1-12; Deuteronomio 18:1-8; Jeremías 33:21).
Sin embargo, tal distinción era una “sombra de los bienes futuros y no la forma misma de las cosas” (Hebreos 10:1). En otras palabras, ese sistema no era el plan permanente de Dios; era un símbolo de algo mejor que Él tenía la intención de hacer en el futuro. Evidentemente, era algo que Él deseaba profundamente desde el principio, pues poco después de su salida de Egipto, el Dios de Abraham le dio a toda la nación de Israel una promesa condicional:
“Ahora pues, si en verdad escuchan Mi voz y guardan Mi pacto, serán Mi especial tesoro entre todos los pueblos, porque Mía es toda la tierra. Ustedes serán para Mí un reino de sacerdotes y una nación santa”. (Éxodo 19:5-6)
Sí, el anhelo de Dios desde el principio fue que todo Su pueblo tuviera acceso a Su presencia, para adorarlo, servirlo, comunicarse con Él y representarlo en este mundo. Aunque eso sucedió a veces, en un sentido menor, durante esa era anterior, se necesitaría la muerte, sepultura y resurrección del Mesías para que se convirtiera en una realidad viviente en el nivel más alto.
La era del Nuevo Testamento
Este concepto de un sacerdocio exclusivo fue abolido en la era del Nuevo Testamento, una verdad claramente revelada en las Escrituras. Desde la venida del Espíritu Santo en Pentecostés, todo creyente verdadero, nacido de nuevo está llamado a desempeñar el papel de sacerdote, verificado por la siguiente declaración de la epístola de Pedro, presentada a toda la iglesia:
Si es que han probado la bondad del Señor. Y viniendo a Él, como a una piedra viva, desechada por los hombres, pero escogida y preciosa delante de Dios, también ustedes, como piedras vivas, sean edificados como casa espiritual para un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo. (1 Pedro 2:3-5)
Primero, este pasaje describe a todo el pueblo de Dios como una “casa espiritual” construida con “piedras vivas”. Los verdaderos creyentes, nacidos de nuevo de todas las denominaciones conforman este “templo del Dios viviente” corporativo, Su morada en todo el mundo (2 Corintios 6:16, ver Efesios 2:19-22). Cada creyente también es representado como un “templo” individual en el que mora el Espíritu Santo (1 Corintios 3:16-17; 6:19-20).
Segundo, este pasaje describe a todo el pueblo de Dios como un “sacerdocio santo” —un sacerdocio determinado, no por nacimiento natural, sino por renacimiento espiritual— un sacerdocio limpiado y santificado, no por la sangre de animales, sino por la sangre de Jesucristo.
En tercer lugar, este pasaje anima a los sacerdotes del Nuevo Pacto a ofrecer “sacrificios espirituales” a Dios. Eso incluye sacrificios de justicia, sacrificios de acción de gracias, sacrificios de gozo y sacrificios de alabanza. (Ver Salmos 4:5; 116:17; 27:6; Hebreos 13:15). Los creyentes verdaderos no solo son llamados a ofrecer “sacrificios espirituales”, son llamados a convertirse en sacrificios a Dios, Lee la siguiente exhortación presentada a toda la iglesia:
Por tanto, hermanos, les ruego por las misericordias de Dios que presenten sus cuerpos como sacrificio vivo y santo, aceptable a Dios, que es el culto racional de ustedes. Y no se adapten a este mundo, sino transfórmense mediante la renovación de su mente, para que verifiquen cuál es la voluntad de Dios: lo que es bueno y aceptable y perfecto. (Romanos 12:1-2)
¡Qué cambio tan asombroso tuvo lugar después de que Jesús ascendió al cielo! En la era del Antiguo Testamento, los israelitas acudían en oración al templo, a los sacerdotes, para que los ayudaran a ofrecer sacrificios a Dios en Su altar. En esta era del Nuevo Testamento, para aquellos que nacen de nuevo, los métodos antiguos de acercarse a Dios han sido elevados a una realidad espiritual mucho más alta:
- Ya no estamos obligados a ir al templo para ofrecer adoración; nosotros somos el templo.
- Ya no estamos obligados a pasar por el servicio de mediación de los sacerdotes para reconciliarnos con Dios; nosotros somos los sacerdotes.
- Ya no estamos obligados a traer sacrificios de animales a Dios; confiamos en el sacrificio supremo, el Salvador crucificado, y luego, en devoción y adoración, nos convertimos en “sacrificios vivos”, “crucificados con Cristo”, y le ofrecemos sacrificios espirituales (Romanos 12:1, Gálatas 2:20, 1 Pedro 3:5).
Mucho antes de que este cambio radical de paradigma ocurriera, Dios declaró proféticamente: “Yo hago algo nuevo” (Isaías 43:19). ¡Este “algo nuevo” es una cosa maravillosa!
Candidatas del nuevo pacto para el sacerdocio
Jesús inició Su ministerio terrenal en la sinagoga de Nazaret citando la profecía mesiánica registrada en
Isaías 61:1-2:
“El Espíritu del Señor Dios está sobre mí, porque me ha ungido el Señor para traer buenas nuevas a los afligidos. Me ha enviado para vendar a los quebrantados de corazón, para proclamar libertad a los cautivos y liberación a los prisioneros; para proclamar el año favorable del Señor”. (Ver Lucas 4:16-19).
Aunque, hasta donde sabemos, el Mesías sólo pronunció este breve extracto del pasaje profético original, continúa con una descripción más detallada de lo que Él fue enviado a cumplir:
Para consolar a todos los que lloran, para conceder que a los que lloran en Sión se les dé diadema en vez de ceniza, aceite de alegría en vez de luto, manto de alabanza en vez de espíritu abatido; para que sean llamados robles de justicia, plantío del Señor, para que Él sea glorificado. (Isaías 61:3)
Luego, la profecía continúa tres versículos más adelante revelando una identidad nueva y gloriosa que se otorgaría a aquellos que recibieran el ministerio maravilloso y transformador del Mesías en esta era del Nuevo Pacto:
Y ustedes serán llamados sacerdotes del Señor; ministros de nuestro Dios se les llamará. (Isaías 61:6)
Esta es una declaración que incluye todo. Regresa a los primeros dos versículos. Todos los que reciben las “buenas nuevas” (las buenas noticias) del Evangelio, todos aquellos cuyos corazones quebrantados son sanados por el amor de Jesús, todos aquellos que son liberados del cautiverio espiritual y sacados de la prisión de la naturaleza caída, todos aquellos que lloran por sus pecados y reciben el consuelo de Dios, todos aquellos a quienes se les da “diadema en vez de ceniza” (la diadema de una relación con Dios a cambio de las cenizas de las derrotas pasadas en la vida) entonces se convertirán en “sacerdotes del Señor”. ¡Qué impartición de destino! Pero ¿cómo puede ser esto?
Porque estas personas bendecidas tienen una historia de salvación y redención para compartir. Tienen un testimonio, que edifica la fe de que lo que Dios ha hecho por ellos, lo hará por otros. De este modo, se convierten en representantes autorizados de Dios, enviados a este mundo para revelar Su nombre, proclamar Su Palabra, compartir Su gracia y pasar el resto de sus vidas alabándolo. Eso es lo que hacen los sacerdotes, y ese es el papel que Dios les ha dado a todos los que nacen de nuevo. ¡Qué bendición tan maravillosa! ¡Qué honor tan espectacular!
El gran privilegio: entrar al lugar santísimo

En un sentido simbólico, los verdaderos creyentes ahora tienen acceso al lugar santísimo. No necesitamos la ayuda de sacerdotes humanos mediadores, porque el Gran Sumo Sacerdote nos ha llevado a la unidad con Dios.
Bajo el Antiguo Pacto, solo el sumo sacerdote podía entrar en el lugar santísimo en el tabernáculo de Moisés y sólo en un día especial del año (Yom Kippur, el Día de la Expiación). El arca del pacto estaba en ese espacio sagrado y la nube de gloria de la presencia de Dios descansaba sobre la tapa del arca (que también se llamaba el propiciatorio; simbólicamente, el trono representativo de Dios en la tierra).
Sin embargo, cuando Jesús murió en la cruz, el velo que separaba el lugar santo y el lugar santísimo se “rasgó en dos, de arriba abajo” (Marcos 15:38). Es muy probable que esta fuera la manera gozosa en que Dios revelaba que se había preparado el camino para que todas las personas pudieran entrar en Su presencia y disfrutar de una comunión personal con Él, no un día al año, sino cada segundo de cada minuto de cada hora de cada día. Un pasaje querido de la Biblia valida esta interpretación:
Entonces, hermanos, puesto que tenemos confianza para entrar al Lugar Santísimo por la sangre de Jesús, por un camino nuevo y vivo que Él inauguró para nosotros por medio del velo, es decir, Su carne. (Hebreos 10:19-20)
Piensa en las profundas implicaciones de esta revelación fenomenal. Si todos los creyentes verdaderos ahora pueden “entrar al lugar santísimo por la sangre de Jesús”, ¿por qué necesitarían la mediación de un sacerdote humanamente autorizado? En cambio, todos los que creen “tenemos nuestra entrada al Padre en un mismo Espíritu” (Efesios 2:18). ¡Esta es una verdad maravillosa! Pero para disfrutar plenamente de su realidad, quienes verdaderamente aman a Dios y desean intimidad espiritual con Él deben tener el coraje y la valentía de abrazar la doctrina pura y liberarse de las tradiciones religiosas establecidas.
La doctrina de un sacerdocio exclusivo en el catolicismo sirve para atar a las personas a una institución por temor a que no puedan acceder a las cosas de Dios de ninguna otra manera. Se necesita un sacerdote para realizar el bautismo infantil. Se necesita un sacerdote para servir la comunión, se necesita un sacerdote para oír la confesión, impartir la absolución y asignar la penitencia necesaria. Normalmente se necesita un sacerdote local que coopera con un obispo visitante para impartir a los participantes en la confirmación el sello del Espíritu Santo. Finalmente, se necesita un sacerdote para realizar los últimos ritos (la extremaunción). Así que desde el nacimiento hasta la muerte, es necesario pasar por un sacerdote para acceder a las cosas de Dios. Pero ninguna de estas cosas es verdad. ¡Qué experiencia liberadora para el alma es comprender plenamente que hay “un solo Dios y un solo Mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús hombre” y que cualquier creyente verdadero puede ir a Él directamente y recibir de Él directamente en todas estas áreas (1 Timoteo 2:5)!
(Para que estas afirmaciones estén plenamente y efectivamente respaldadas por las Escrituras, se insta a los lectores a examinar la comparación en profundidad entre la doctrina católica y el cristianismo bíblico que se ofrece en mi libro, Las creencias de la Iglesia católica, disponible en este sitio web).
Mírate como Dios te ve
Es hora de que todos los verdaderos creyentes se vean a sí mismos en este bienaventurado papel que Dios les ha dado y se liberen de las tradiciones religiosas que niegan este derecho a todos menos a unos pocos elegidos. No había un grupo exclusivo que reclamara la posición de ser “sacerdotes” en la iglesia primitiva, y ciertamente no estaba reservado sólo a los hombres. Entonces, si vamos a replicar el cristianismo auténtico del Nuevo Testamento en esta hora, no habrá un grupo exclusivo dentro del cuerpo de Cristo que reclame la posición de sacerdocio ahora. Así que, regocijémonos en gran manera, como lo hicieron los apóstoles Pedro y Juan, para declarar las siguientes escrituras a cada hermano creyente en Cristo:
Pero ustedes son linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido para posesión de Dios, a fin de que anuncien las virtudes de Aquel que los llamó de las tinieblas a Su luz admirable. (1 Pedro 2:9)
Al que nos ama y nos libertó de nuestros pecados con Su sangre, e hizo de nosotros un reino, sacerdotes para Dios, Su Padre, a Él sea la gloria y el dominio por los siglos de los siglos. Amén. (Apocalipsis 1:5-6)
En este último pasaje se hace evidente que los cristianos no sólo son sacerdotes de Dios durante esta estancia terrenal; son elegidos para desempeñar este papel por toda la eternidad, viviendo para siempre en la presencia del Padre eterno y sirviéndole con adoración en la Nueva Creación venidera. Sí, seremos “un sacerdocio perpetuo” en un sentido supremo y glorioso (Éxodo 40:15). Esto debería llevarnos a todos a una poderosa conclusión: si todos los verdaderos creyentes serán glorificados, sacerdotes eternos en el Reino de Dios que vendrá, entonces todos los verdaderos creyentes están ciertamente llamados a ser sacerdotes ahora mismo, durante su peregrinación terrenal a través del tiempo.
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[1] CIC es una referencia al Catecismo de la Iglesia católica: https://www.vatican.va/archive/catechism_sp/index_sp.html (consultado el 30/3/2024)